El gran tucumano Nicolás Avellaneda trató estrechamente al doctor Dalmacio Vélez Sarfield, cuando ambos integraban el gabinete del presidente Domingo Faustino Sarmiento. Dejaría un colorido testimonio de esa proximidad.
Escribe Avellaneda que “el doctor Vélez leía constantemente, y nunca se le veía en su gabinete sino con el libro en la mano”. Pero el ámbito de su lectura no era extenso. “Cultivaba el Derecho bajo todos sus aspectos, incluyendo, por cierto, hasta el Derecho Canónico mismo o la Economía Política en su parte doctrinal. Ese era el teatro en que se movía habitualmente su pensamiento”.
Sólo “de vez en cuando, para dar expansión a su espíritu, acudía a algún libro de historia, como la del comercio por Sechers, o de la civilización por Buckle. En los últimos años estudió la marcha constitucional de los Estados Unidos”. De esa lectura salió su “magistral prefacio” para la traducción que el doctor Cantilo ejecutó de la obra de Curtis.
Pero, agregaba, “el doctor Vélez no leyó jamás un romance o una novela vieja o nueva, ni aun el ‘Quijote’, ni aun la ‘Corina’ de madame Stael, que hacía prorrumpir en delirio de admiración a los jóvenes de su época. No conocía una escena de Molière sino a través de las comedias de Moratín, que había visto representadas en el teatro”.
Entonces, “¿de dónde rebosaba en su espíritu la savia cómica? ¿De dónde venía esa profusión de dichos agudos, picarescos, penetrantes o burlones que chispeaban en su conversación?”. Deploraba que con su muerte desapareciera esta parte de su inteligencia. La posteridad no llegará a saber “que dentro del grave y profundo autor del Código Civil, había un hijo perdido de Terencio o de Molière”.